Alguna vez me dijeron que a los habitantes de las zonas aledañas a Quíbor, en el árido pero al mismo tiempo fértil valle del mismo nombre al sudoeste de Barquisimeto, les llamaban los "comeauyamas". Tal era su afición a consumirlas constantemente en las más variadas formas.
Que el origen de semejante afición se remonta a tiempos prehispánicos es obvio. Esta cucurbitácea, pariente botánica de la calabaza europea, no sólo es autóctona americana sino que tiene una gran facilidad para desarrollarse en el semiárido, cuyas originales poblaciones aborígenes hicieron conocer a los recién llegados europeos del siglo XVI, su delicado sabor y facilidades de cultivo y conservación.
Por otra parte, que aquella tradición ancestral de aprovechamiento y consumo se viera enriquecida en el contacto con las tradiciones alimentarias europeas de los colonizadores españoles, tampoco es materia de la que quepa dudar. Un buen ejemplo sería el quimbembe, término que designa a una especie de merengada de auyama con la que se suele habituar a los muchachos desde pequeños en búsqueda de su más saludable crecimiento. O la ingeniosa forma de preparar jalea de auyama que le vi hacer a Isaura García en el sitio de San Francisco, aledaño a Buena Vista, en la zona en cuestión. Esta querida abuelita simplemente extraía un trozo de una auyama madura, por el hueco correspondiente le sacaba todas las semillas y fibras que contenía para luego introducir una buena cantidad de papelón rallado y algunos clavos de olor, después de lo cual le ponía otra vez en su sitio el trozo previamente extraído de modo de sellar de nuevo la auyama. Así compuesta, la ponía al rescoldo de las brasas mientras cocinaba alguna otra cosa, dándole vuelta de vez en cuando para asarla de forma pareja. El resultado final era una especie de jalea firme bicolor de exquisito aroma e intenso dulzor, sencillamente inmejorable.
El mojo de auyama también cabría dentro de esta categoría, pero advirtamos primero que el término "mojo" designa aquí algo muy distinto de lo que significa en el resto de Venezuela y aún en el propio Estado Lara aplicado a otras preparaciones culinarias. En efecto, no se trata de un sofrito húmedo (como es el caso, por ejemplo, del mojito de pescado) sino de un polvo, resultado del secado, tostado, molido y cernido de las semillas que plenan el interior de la auyama, al cual se le agregan sal y algunas especias como el comino u orégano, e incluso ajo seco molido o ajo fresco pero machacado muy finamente. En pocas palabras, un polvo para adobar de sabor único y con cualidades de espesante.
Así también se hizo América.
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